LUIS GUERRY.

Desde que tengo una de las cámaras de este fotógrafo, no he parado de buscar información de la vida de D. Luis. La verdad es que no hay mucha y creo que no se le ha dado la categoría de su trabajo como muchos creen.

Es difícil encontrar una casa en Almería donde no haya, en una mesa de noche, en un cajón olvidado, en una vieja lata de membrillo, o colgado de una pared, un retrato del fotógrafo Luis Guerry,
que formó parte de la vida de varias generaciones de almerienses. Retrató como nadie a las novias, a las muchachas más bellas de Almería que luego veían expuesto su fotografía en el escaparate del negocio y a los niños que vestidos de comunión parecíamos bajo la mirada del artista como si hubiéramos bajado del cielo.
Nació en Jaca, pero se quedó a vivir y a morir en Almería. Llegó buscando un lugar sin explotar, una ciudad por descubrir donde poder desarrollar su profesión de fotógrafo y se encontró con un paisaje y con una gente que tenían mucho en común con Lanzarote, el paraíso donde pasó los mejores momentos de su niñez.
 En Almería recuperó el sol de su infancia, la luz que alumbró su alma de artista, los atardeceres  azules y anaranjados sentado frente a la playa. El espigón del Faro le recordaba al puente de las Bolas en Arrecife, desde donde se lanzaba al mar durante el eterno verano de las islas. Allí se refugiaba cada vez que se escapaba de la aburrida escuela. Fuera se sentía libre. Rodeado de sus amigos, del sol, del mar, encontraba todo lo que quería aprender en la vida. La rigidez de las asignaturas y la disciplina del maestro  perturbaban su espíritu rebelde.


Su padre, José Guerrero Membrado, que era Comandante del ejército, quería que sus cinco hijos estudiaran e hicieran carrera. A su madre, Ramona Zapatero, le hubiera gustado que Luis se inclinara por ser médico o abogado, pero a él le dio por el arte.
 En 1922, su padre fue destinado a Granada tras una larga temporada en Canarias. La nueva ciudad terminó de acentuar su carácter bohemio. El contacto con jóvenes estudiantes estimuló su afán por descubrir campos desconocidos como la pintura, la poesía y la fotografía. Junto a su hermano José se compró la primera cámara con la que inmortalizó a los compañeros de instituto y a los personajes más estrafalarios que en aquellos tiempos poblaban las cuevas del Sacromonte.
 Sólo tenía quince años cuando hizo su primer trabajo para la revista ‘Granada Gráfica’ y retrató al poeta Federico García Lorca con motivo de una entrevista que apareció publicada en la revista ‘Reflejos’, en 1924.
 Se pasó la adolescencia haciendo colaboraciones y viajando. Trabajó en Tarragona, conoció Portugal y en 1933 visitó por primera vez a Almería. Fue un descubrimiento casual. Por aquellos años, Luis Guerry estaba noviando con Antonia Valdivia, hija de un empleado de la fábrica de azúcar de Motril. Querían casarse, pero necesitaba dinero para poder instalar un estudio y vivir de la fotografía. Decidió entonces probar fortuna en Almería, una ciudad cercana a Motril y poco conocida por su aislamiento geográfico.  Llegó solo, sin más compañía que su cámara y en una tarde fotografió todas las escuelas que había en la ciudad. Alquiló una casa en la Rambla Alfareros y allí improvisó un laboratorio. Así ganó su primer sueldo importante con el que pudo montar su estudio, en ese mismo piso al lado de la Puerta de  Purchena, y casarse con Antonia Valdivia.
 En los primeros años en Almería tuvo que competir con Fotos Mateos, una firma de gran prestigio, muy arraigada en la ciudad, pero Guerry fue  haciéndose con una clientela importante y pronto ganó popularidad por ser el primero en operar fotográficamente con luz artificial. Nadie como él sabía jugar con los claro oscuros, con las luces y las sombras que perfectamente combinadas daban un resultado que causó furor en la ciudad y se puso de moda entre las muchachas de la época.
El arte de la pose, la luz y la perspectiva, elevados a su máxima potencia, lo convirtieron en el profesional más deseado de la ciudad.
Entraban en el estudio dispuestas a ser reinas para  siempre. Sabían que Guerry tenía el elixir de la eterna juventud guardado con siete llaves en aquel cuarto lleno de sombras donde la belleza revoloteaba como un duende agitando el ambiente. Llegaban asustadas, con la timidez de la época metida en la garganta, y salían con gesto de diosas, como si todos los grilletes de aquel tiempo se hubieran quedado allí dentro, colgados de la vieja cortina de la sala.
Muchachas de la posguerra que soñaban con el retrato de Guerry, que se arreglaban como novias para presentarse delante de aquel artista que era capaz de sacarles el gesto y la mirada que sólo ellas conocían cuando se descubrían en la intimidad del espejo del dormitorio.
Había niñas que estaban meses ahorrando para poder cumplir su deseo en una época en la que uno de los espectáculos de la ciudad era el escaparate del estudio de Luis Guerry, en la esquina del Paseo y la calle Navarro Rodrigo. Era una amplia vidriera en el interior de un hall donde el maestro exponía sus últimas obras para que la gente las disfrutara.
Por las mañanas, cuando los grupos de muchachas pasaban por allí camino del instituto y del colegio, se paraban ante el escaparate con la incertidumbre de descubrir a una amiga, a una vecina, a ellas mismas. “Que Guerry ha puesto la fotografía  de Flor Laynez”, “que Guerry ha colgado el retrato de Salvadora Navarro”, se iban contando las unas a las otras, y durante los días siguientes aquella esquina del Paseo parecía la puerta de la Catedral en un Viernes Santo.
Los domingos, cuando todo el mundo tenía por costumbre dar una vuelta por el Paseo, ir a ver el escaparate de Guerry se convirtió en un ritual. Por las mañanas, el cristal del escaparate se llenaba de los ojos llenos de deseo de los reclutas que bajaban del campamento y se pasaban las horas muertas viendo guapas. Por las tardes, iban los grupos de jóvenes a contemplar las fotografías, a inspeccionar con admiración y envidia a la vecina e su calle, a la compañera de clase que en un gesto de valentía se había atrevido a compartir ese lado oculto de su belleza que sólo sabía captar la mirada genial del fotógrafo.
Entrar en el estudio era dejar atrás los miedos, las represiones, la moralidad más estricta y las apariencias cotidianas. Allí dentro, en aquel reino de las luces y de las sombras, la belleza se desbocaba detrás de las manos y de los ojos del artista. Guerry provocaba las miradas y los gestos. Las iba creando como un alquimista, gota a gota,  hasta que por fin el alma de la retratada se asomaba ante la cámara para quedarse para siempre.
En 1935, fotografió a la joven Aurorita Güil, que había sido elegida ‘Miss Playa’ en un certamen que se celebró en el Balneario de San Miguel. Ese mismo año, la Asociación de la Prensa puso en escena un concurso para premiar a la mujer más hacendosa de Almería, donde también estuvo la cámara inquieta de Luis Guerry. El certamen era para mujeres entre dieciséis y treinta años y consistía en que cada concursante tenía que realizar en público las pruebas de freir un huevo, zurzir medias y coser a máquina un dobladillo a la inglesa. La más hacendosa resultó ser Encarnita López Molina que se llevó el premio de un mantón de Manila. Después de la guerra no existió una manera más directa de mostrar los encantos personales que acudir al estudio de Guerry, ya que dejaron de celebrarse los concursos de belleza hasta 1958, cuando el presidente de la comisión de Festejos, Enrique Estévez García, organizó el Miss Feria en la Caseta Popular.
 Sobrevió durante los tres años de guerra pero estuvo a punto de sucumbir cuando en abril de 1941 fue interrogado y apresado por el régimen de Franco. Lo acusaron de conspirar contra el dictador mediante una fotografía realizada por él que fue manipulada y repartida clandestinamente con la frase: ‘Viva la libertad’.  La intervención de su tía Felisa, Superiora General de la Congregación de las Hijas de Santa Ana, fue crucial para que a los pocos días de haber sido detenido, saliera en libertad.
Pronto recuperó su prestigio social y reemprendió una carrera brillante. Por su estudio, primero en Rambla Alfareros y después en el Paseo, desfilaron los personajes más importantes de la ciudad, desde obispos a políticos, así como generaciones completas de almerienses que quedaron inmortalizados por el arte de Guerry el día de la boda o cuando hicieron la Primera Comunión. Es difícil encontrar una casa en Almería donde no haya colgada una foto suya en la pared.
En 1946, cuando el circo Price vino a actuar a Almería, le hizo un retrato genial a los payasos Gaby,  Fofo y Miliki, que estaban en el comienzo de su carrera. Muchos fueron los actores y las actrices que buscaron a Guerry cuando pasaron por Almería, aunque su mayor patrimonio, el que le dio de comer, fue el pueblo, fueron los almerienses.
Fue en 1960 cuando el concurso cogió fuerza, gracias a la iniciativa de que cada aspirante al título de ‘La guapa de Almería’, tenía que mandar su fotografía al periódico Yugo, y allí, un jurado compuesto por hombres de reconocida moral se encargaba de elegir a las mejores. Las ocho señoritas cuyos retratos salieran publicados en la prensa, eran las elegidas para la gran final en la Caseta Popular. En aquellos tiempos, el hecho de que una joven saliera fotografiada en el periódico era, por sí mismo, todo un acontecimiento en la ciudad.
Como era de esperar, la mayoría de las muchachas que se presentaron a la elección recurrieron a Guerry para que con su mirada artística multiplicara sus encantos. La premiada, aquel año, fue Pepita Castillo Jiménez, una joven de 16 años, claro exponente “del fino encanto de tan distinguidas señoritas que siguen la tradición gloriosa de la belleza de las mujeres de Almería”, explicaba un folleto de la época.

 En 1981, después de 57 años de profesión, fue distinguido con la Medalla de Plata al Mérito al Trabajo. Fue el colofón soñado. Dos años después cerró el estudio y se jubiló definitivamente. Murió en 1991, dejando un valioso testimonio social en su obra y la huella de un artista diferente que encandilaba por sus espléndidos retratos, su paso cadencioso, su figura atlética y su pelo al estilo de Tarzán.

 El próximo año se cumplirá un siglo del nacimiento de este almeriense ilustre que, aunque nació en Jaca, su corazón habitó siempre en el sur.

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